El corazón del león

El Athletic de Bilbao vuelve a estar de moda. Hacía mucho tiempo que no se encadenaban cuatro victorias consecutivas en Liga. Los más optimistas van a por la quinta, aunque sea en un campo de malos recuerdos como es el Ono Estadi. Es cierto que el equipo goza de una buena renta respecto al siguiente clasificado, pero no es la primera vez que se vende la piel del oso antes de cazarlo.



En esta ocasión los aficionados de la Catedral pueden estar confiados. No sólo por el juego visto en los últimos encuentros, sino también por la actitud de los jugadores. Es de elogiar el hecho de llegar al minuto 80 de partido con el resultado bien encarrilado y que todo el equipo corra y presione como si el partido no estuviese resuelto.

Además, en los últimos  choques se está viendo un juego distinto. Ya no sólo se busca el juego directo buscando a Fernando Llorente. Ahora aparecen otros futbolistas capaces de asociarse entre si buscando la portería rival. En esta mejora merece ser destacado el jovencísimo y descarado Iker Muniain, que parece que está explotando definitivamente.

Todo esto me sirve para escribir sobre el último gran capitán rojiblanco: Julen Guerrero, otro de los “letissieres”  que me animaron a escribir este blog. Julen ha sido todo un ejemplo para una generación entera de chavales que soñaba con llegar al primer equipo como lo hizo él. Debutó en Primera División de la mano de Jupp Heynckes ante el Cádiz. Fue en Septiembre del 92.

A partir de ahí una carrera meteórica en el club de su vida, debutando al año siguiente con la selección española. Tenía 19 años y todo el mundo le veía como el futuro crack que demostró ser. No solo por que hiciera oídos sordos a los cantos de sirena provenientes de Italia y se quedase en el club de sus amores, también como persona ha sido un ejemplo para todos. Por las calles de toda Vizcaya se veían las camisetas con el 8 del Capi.

Todo eran ilusiones y alegrías en esta época. El Athletic alcanzó un subcampeonato liguero (temporada 97-98) y al año siguiente jugó la Champions League. Además el equipo desplegaba un fútbol alegre y vistoso. Julen desempeñaba un papel importantísimo y llegó a ser una de las estrellas del Campeonato. Destilaba clase y velocidad mental a la hora de buscar la mejor opción. No era un jugador potente físicamente, pero a lo largo de su carrera metió un buen número de goles con la cabeza. Siempre bien colocado y sobre todo muy inteligente en el terreno de juego.

Pero todo empezó a cambiar en el año 2000. Paulatinamente fue perdiendo peso dentro de la plantilla, hasta convertirse en un jugador residual, apenas utilizado por el entrenador de turno. En esa época dio sus últimas clases magistrales tanto dentro como fuera del campo. Dentro como por ejemplo en un partido contra Osasuna, en el que culminó la remontada con el gol del triunfo. Y fuera, donde a pesar de su cada vez más patente ostracismo, nunca levantó la voz ni hizo nada que pudiese dañar a su club.

La afición estaba totalmente volcada con él y se lo demostraba cada vez que salía del banquillo a calentar en la banda, así como en Lezama, donde siempre tenía una sonrisa amable con cualquiera que se le acercase para sacarse una foto o pedirle un autógrafo. Por eso y por un montón de gestos siempre estará en el corazón de todos y cada uno de los seguidores del Athletic. Todos recordaremos sus lágrimas y su voz entrecortada el 11 de Julio de 2006 al anunciar su retirada. Seguramente se merecía otro escenario mejor que la fría sala de prensa de Lezama. Un sitio donde pudiese recibir todo el cariño y la admiración del que había sido durante años su público.


Una gran afición que es capaz de aplaudir en La Catedral, en su propia casa, a un equipo que ha sido superior al suyo propio.


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